jueves, 31 de diciembre de 2009

El avión del rock and roll aterriza en el Nuevo Alcalá

Tan sólo quince minutos después de lo anunciado, a las 21:45 horas, aparecieron en el escenario del Nuevo Teatro Alcalá. El elenco instrumental de la banda los había esperado paciente sobreimpresa en el telón de fondo rojo. El ambiente que se respiraba en el patio de butacas hacía presagiar una noche de buen rock pre navideño.

Pereza despedía el año en la ciudad que lo vio nacer como grupo, y en la que más cariño recibe. “¡Hoy duermo en casa!”, gritó sonriente Rubén, con su clásica camiseta ajustada, y su look más discreto, que contrastaba con el de su compañero. Con un look made in Leiva: chaleco sobre el cuerpo tatuado, pitillos ajustados, botas y pañuelo tanto en el pantalón como en el pie de micro; parecía que quería comerse el escenario desde el primer acorde. Así entraron en escena los flacos.

Tardaron tres canciones en levantar a la gente de sus asientos, y sólo se volvieron a sentar por petición expresa del grupo en una de las canciones. Llévame al baile, el tema que cierra su disco Aviones, que llenó el teatro de silencio, sólo interrumpido por los acordes de las guitarras acústicas que acompañaron al baile a sus voces. Antes habían lle
gado Leones, Como lo tienes tú, 4 y 26 y otras.

El auge llegó con el que se podría denominar como el momento de Madrid. Los primeros acordes de su Madrid sonaron y el público se vino arriba por completo. Después Lady Madrid. Faltó, sin embargo en esta pequeña sesión madrileña, La chica de Tirso, sobre todo en esta noche en la que seguro que había más de una de ellas entre el público.

Pereza es mucho más que un dúo, como dejó claro Leiva en una de sus intervenciones. “Hace tres años tocamos por primera vez en el Nuevo Alcalá, y era la primera vez que tocábamos con cada uno de los que veis aquí. Quién nos iba a decir a nosotros que tres años después íbamos a volver a estar con vosotros y que Pereza sería una banda. Porque Pereza es una banda”. Jaleo y bromas en el escenario entre los componentes.

El show continuó. Aún quedaba mucha energía y las guitarras, de todo tipo, no dejaban de entrar y salir del escenario, a las manos de Leiva y, sobre todo, de Rubén. Como era la presentación del último disco Aviones, los temas de este, entre ellos Amelie, Windsor, Violento amor, o Pirata; se entremezclaban con los clásicos de la banda. Se corearon los grandes: Todo, Aproximación, Estrella Polar, Por mi tripa, Beatles… “¡Qué me perdone John Lennon!”, gritó Leiva al concluir una de las canciones.

Pereza supera con creces la pose. Es rock and roll. Lo confirmaron interpretando grandes temas de la historia de la música como Stand by me, I feel good de James Brown, o los primeros acordes del Smoke on the water de los Deep Purple. Por si quedaba alguna duda.

Llegó el primer final, pero el público no abandonó sus butacas, que por aquellas alturas sólo servían como soporte de los abrigos. Después de unos minutos, volvieron con un ligero cambio de vestuario –Rubén con sus gafas y un pañuelo estilo Woodstock en la cabeza, y Leiva con su tradicional sombrero oscuro, que ya se echaba de menos-. Regresaron y lo hicieron con un bis que superó los tres cuartos de hora.

Un actor en el papel de ladrón entró al escenario dando tiros, y enseguida, como persiguiéndole Rubén y Leiva, para comenzar el bis con Señor kioskero. Media hora más de buena música en el Nuevo Alcalá, que concluyó con uno de sus temas más aclamados: Superjunkies. Antes habían sonado Champagne, Que parezca un accidente y Está lloviendo, muy acertada para los días que asolan la capital. Faltaba, cómo no, aquel tema con el que dieron sus primeros pasos, y que no podía faltar a la cita del Puro Teatro Tour en Madrid. Y sonó, más acústico que a lo que nos tiene acostumbrados, pero sonó. Yo pienso en aquella tarde dio paso, para terminar ya, después de dos horas y media intensas de directo, a un rock and roll en el que toda la banda disfrutó, y se notó que así era, encima del escenario. Está claro que nacieron para estar en un conjunto.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Réquiem por todos nosotros

Todos tenemos nuestros propios fantasmas. Es algo innegable e inherente a la condición de humanos que se nos dio. Fantasmas del pasado; pero también a veces, fantasmas del futuro, que están aún por llegar. A veces es necesario hablar con los fantasmas para quedar en paz con nosotros mismos. Anoche tuve la oportunidad de ver una película sobre un tema similar.

Réquiem. En ella, un escritor, especialista en Fernando Pessoa (en la foto), acude a los muelles de Lisboa a encontrarse con el fantasma del poeta portugués. Pero éste, como buen y clásico fantasma, no se dignará en ir hasta medianoche. Mientras tanto el escritor tendrá la oportunidad de recorrer su antigua ciudad y atar cabos sobre su vida, a través de los fantasmas que le guarda su pasado. Si habéis visto la película, estaréis de acuerdo conmigo al decir que la escena del último vals es preciosa.

De esta manera el protagonista irá adquiriendo una especie de paz consigo mismo, que a veces nos queda perturbada para siempre con las acciones del pasado, con ese terrible “y si hubiera hecho esto” o “podría haberlo hecho así o de la otra forma”. La película está continuamente transitando entre la realidad y el sueño, de una manera muy lograda por el director, que se muestra muy fiel al universo onírico de Antonio Tabucchi, autor de la novela que inspiró el film.

La vida está llena de fantasmas. Las ciudades están llenas de espíritus que no saben a donde ir. Y a veces nos topamos con ellos en “un día de tribulaciones y purificación” con nosotros mismos. Todas las ciudades los cobijan. Y pienso que es muy importante tenerlos en cuenta, pues sin pasado, ¿en qué nos quedamos nosotros? La memoria, en ocasiones, lo es todo. Si la perdemos, no tiene sentido continuar el camino. Al hilo de este último giro, también os hablaré de una película que he visto estos últimos días: El tren de la memoria. Se trata de una cinta documental en la que se aborda un tema delicado, como es el de los españoles que emigraron a Alemania a trabajar durante los años sesenta. Si ellos perdiesen esa memoria de la que os hablo, quedarían reducidos a cenizas; aunque al fin y al cabo es casi seguro, que todos acabemos de la misma manera.

Así que os aconsejo no dejar de mirar atrás en algunas ocasiones, tampoco es cuestión de girar perpetuamente la cabeza, porque si no lo que perdemos de vista es el siguiente paso, y ese verdaderamente es el más importante. Pero, por lo menos, saberlo; tener presente que detrás de nosotros tenemos un pretérito que nos salvaguarda y nos hace ser como somos ahora. Y quién sabe si, a lo mejor, la próxima vez que bajemos a la calle, nos esperará, con un sombrero negro y una chaqueta parda, sentado entre la lluvia otoñal, alguno de nuestros fantasmas.

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miércoles, 25 de noviembre de 2009

La decadencia de la fotografía alquímica

Los últimos años ha quedado más que claro que las nuevas tecnologías están ganando la partida a lo tradicional. Muchos han sido los ámbitos en los que la irrupción de nuevas máquinas y elementos técnicos han derivado en una progresiva decadencia de lo anterior. Posiblemente sea inevitable.

Walkmans, discman, reproductores de vinilos y, en otra materia, sobre la que va a tratar este artículo, las cámaras de fotografía analógica, y con ello la que podríamos llamar disciplina de la fotografía en papel.

Desde muy pequeño siempre he utilizado cámaras de fotos, emulando a mis padres, que siempre portaban una antigua cámara Petri, a la que colocaban el carrete para inmortalizar cada momento del viaje o excursión, o simplemente por el placer de fotografiar lo primero que se interpusiese entre el objetivo y el lejano horizonte –generalmente algún familiar-.

La fotografía analógica nada tiene que ver con la digital, si bien esta tiene innumerables ventajas con respecto a su antecesora: véase la posibilidad de realizar la misma toma las veces necesarias, el control de la exposición mucho más automatizado, que en ocasiones ayuda bastante, y un montón de innovaciones que hacen más accesible la fotografía a cualquiera que se preste a su aprendizaje. Sin embargo, con ellos se pierden muchos detalles que hacían de lo analógico algo realmente especial. La necesidad de obtener el momento justo en cuanto a luz, foco y todos los elementos técnicos, ya que si no había que gastar más de una instantánea –y eso en papel suponía un coste-; la necesidad de tener un par de carretes siempre en el bolsillo para no quedarte sin soporte que impregnar de luz y color (o de blancos, grises y negros); el sonido tan embriagador de los espejos robustos y bastos, que se levantaban y caían de una manera más rústica que los actuales.

Y, por supuesto, la magia que supone el revelado. Encerrarse en un laboratorio repleto de silencio y tenuidad para otorgar una imagen a un papel vacuo y sin contenido, mediante líquidos y esa profunda oscuridad. Siempre me pareció muy ocultista. Tal vez por eso me enamoré tanto de la fotografía, porque me parecía lo más parecido que podía encontrar a la alquimia, que tanto misterio me producía en mi cabeza. Fotografía alquímica… alguna vez pensé en ese término.

Qué decir de la desaparición amenazadora de los equipos instantáneos –las famosas Polaroid-, tan bohemias y añoradas, incluso mucho antes de concretarse su desaparición. Algo realmente triste. Algunos abogan por una reaparición futura de todos estos elementos. Yo pienso que, realmente, nunca dejarán de existir y utilizarse, pues siempre queda algún enamorado de estas doctrinas que continúa dándoles un aliento. Entre ellos me incluyo, por supuesto.

Henri Cartier-Bresson, Robert Capa, Robert Doisneau, Eve Arnold… fotógrafos clásicos, e indiscutiblemente importantes entre tantos otros. ¿Qué dirían ellos de esta progresiva decadencia de la fotografía, tal como ellos la conocieron y concibieron?

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Los otros muros de Berlín

Estos días otoñales se conmemora uno de los hechos quizás más importantes y transcendentales en la historia universal contemporánea. El 9 de noviembre de 1989 caía el muro de que resquebrajaba Berlín en dos partes, y con él, el denominado telón de acero. Parecía que aquel gesto, televisado y narrado por millares de periodistas de todo el globo, precipitaba la llegada de un mundo mejor, de una democracia plena, o, al menos, de una convivencia real. Pero, ciertamente, aún a día de hoy, en nuestro aparentemente mundo razonable y demócrata, siguen existiendo muros.

La ideología, posiblemente el “invento” humano más devastador, sigue siendo una férrea barrera difícil de superar en algunas regiones, en la que sus habitantes siguen sufriendo la desolación de vivir separados de sus paisanos, familiares o amigos, por el mero hecho de caer en uno u otro lado del muro. Muchas son las ciudades que por estos motivos: religión, ideología, raza… no pueden desarrollar su actividad metropolitana de la manera que debieran.

Denominados con apelativos desmerecedores, son los llamados muros de la vergüenza, levantados todos ellos en los siglos XX y XXI, en pleno apogeo de los valores de la libertad y el libre tránsito entre fronteras. Kilómetros de distancia cubiertos con puntos de reconocimiento y vigilancia que mantienen a la libertad maniatada y apuntada por el cañón imponente de los rifles del poderoso.

Tijuana, el Sáhara Occidental, Palestina, y otras barreras de menor rango mediático –quizás porque son las más cercanas para nuestro país-, como las vallas separadoras de Ceuta y Melilla. Territorios muchas veces olvidados por Occidente, por el Occidente poderoso y elitista en el que algunas veces vivimos. Ciudades asoladas por las muertes de miles de personas que intentan transitar a mundos más benevolentes consigo. Así lo denuncian las 3000 cruces que “adornan” el muro fronterizo entre Estados Unidos y Méjico, a su paso por Tijuana; y así lo podrían declarar los cientos de minas anti personas que separan el territorio saharaui del territorio ocupado por Marruecos, que tantas vidas se han llevado ante la impasible mirada de los guardias marroquíes, y lo que es peor, de la comunidad internacional.

Sí, estos días se conmemoran los veinte años de la caída del muro de Berlín. Un gran acontecimiento histórico. Y, como la ocasión merece, se preparan grandes eventos y actos para su recuerdo y su afianzamiento como símbolo del cambio y el progreso. Berlín se viste de gala, organizando exposiciones, reproducciones de graffitis en el muro (como el de la imagen), muros que caen al efecto dominó, y un amplio abanico de maneras; pero yo propondría una forma más de celebrarlo, que se uniese a todas las anteriores: el derribo de todos aquellos muros que aún están levantados y vigentes en nuestras sociedades, en nuestro mundo tan libre y democrático aparentemente.

¿Qué mejor manera que esa? Que la libertad verdadera… y no sólo el concepto.

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sábado, 7 de noviembre de 2009

Farenheit 2009: Rescatemos nuestros libros

El aroma de las páginas de un libro recién comprado, al pasar, no tiene precio. Al igual que el de un antiguo manuscrito encontrado en la biblioteca de uno de tus abuelos, mientras buscabas un ejemplar de Cien años de soledad o Historia de una escalera, por ejemplo.

Los libros siempre han formado plena parte de mi vida y de mi tiempo libre. Desde muy pequeño mis familiares me enseñaron a disfrutar el placer de las letras, de las letras impresas. Esa infundada sensación de calor que proporciona sentarse una tarde-noche de invierno, mientras afuera llueve o hace frío, y desplegar las páginas de una novela que nos mantenga atentos e inmersos en otros mundos.

¿Qué sería de nuestra cultura sin los libros como hoy los conocemos? ¿Dónde irían a parar nuestras bibliotecas, esos enormes centros de conocimiento, arte y letras, en los que perfectamente me quedaría a vivir si no tuviese casa? Además, dicen que el papel genera calor en los cuerpos.

La nueva oleada de lectores de libros electrónicos (e-books) parece que hará desaparecer –con mucho tiempo- el libro tal como lo conocemos ahora. Un mecanismo digno de una novela de Bradbury, en el que no se queman libros, si no que se reducen a pequeños archivos que caben en un bolsillo y que, con ello, pierden parte de su consonancia. Yo, desde mi particular visión, creo que voy a convertirme en uno de esos protectores del libro, que en la novela Fahrenheit 451 conservaban la cultura a base de aprenderse las obras de memoria. Lo malo es que no guardo mucho sitio para crear una biblioteca de “libros impresos”.

Nada tendría que ver, por ejemplo en Rayuela, el paseo de Oliveira por París en busca de la Maga; si lo leyésemos en esa pequeña maquinita, sin poder desplegar el pequeño mapa que adjuntan algunas ediciones. O simplemente si a mitad del maravilloso capítulo séptimo, el aparato se nos quedase sin batería. Un libro nunca se queda sin batería, siempre tiene energía suficiente para que alguien dispuesto a sumergirse en su historia pueda cogerlo y leer hasta que su cuerpo, su vista o su imaginación literaria le permitan.

Realmente, desconozco el alcance que podrán tener estas innovaciones tecnológicas. Lo que sí creo saber es que por mi parte no tendrán cabida entre mis papeles. No. Quiero seguir degustando libros, páginas, cuartillas, hojas de periódico con relatos inéditos… no quiero guardar 250.000 novelas en mi bolsillo, para acabar por no poder leer ninguna.

Por favor, ayudémonos entre todos a mantener nuestros libros como tales, como lo que son ahora. Si no la cultura podría resentirse, y perder una centenaria identidad.

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miércoles, 12 de agosto de 2009

Los límites del periodismo

Cuando los límites se sobrepasan, sólo queda intentar averiguar cuál será la nueva y delgada línea que se convertirá en la frontera. El periodismo, como cualquier otra actividad que podamos imaginar, también posee estos límites.

Así, Wallace Souza, importante periodista de sucesos brasileño, un día decidió saltarse esa frontera. El periodista, presentador de un importante programa de televisión especializado en sucesos criminales, ha sido involucrado en la organización de al menos un crimen, del que luego obtendría importantes audiencias al llegar al lugar del crimen incluso antes que los cuerpos de seguridad.

Queda patente desde hace tiempo la obsesión de algunos medios de comunicación por los índices de audiencia, y lo que detrás de ellos se oculta. Los medios de comunicación, y si se me permite, la televisión, han entrado en una especie de recinto con un cartel a la entrada que reza: “El fin justifica los medios”, en el que el fin es la propia audiencia.

Creo que el periodista debe limitarse a ser un vehículo para la información, pero para la información real, no para una realidad creada. Además, la programación debe empezar a plantearse la disminución de información de sucesos, que colma los telediarios a día de hoy, para dar paso a otro tipo de periodismo, al menos una mezcla más beneficiosa para todos, menos centrada en el simple dato de las audiencias por encima de la calidad informativa.

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martes, 12 de mayo de 2009

Adiós a Antonio Vega

Cincuenta y un años tardó en marcharse el que parecía que lo había empezado a hacer tiempo atrás y que moría cada día un poco más. Su lucha, de gigantes, capituló en un hospital una mañana de mayo. Antonio Vega, el gran compositor y músico, cofundador del mítico grupo Nacha Pop e icono de toda una época; decidió, por fin, que ya no quería jugar más con su suerte.

Aquejado de un cáncer de pulmón, llevaba los últimos días ingresado con pronóstico grave en el hospital Puerta de Hierro. Por la mañana, en compañía de sus hermanos y su novia, alzó la bandera blanca y concedió un digno final en su batalla, con un gigante más poderoso que él.

“Me da miedo la enormidad, donde nadie oye mi voz”, decía en una de sus letras más alabadas. Pues no. Su voz será siempre escuchada por todos. Puede partir con la seguridad de que será así, su huella fue muy honda.

La vida es caprichosa y el destino quiso que dejase este mundo justo cuando tenía prevista la salida de un recopilatorio de poemas (¿Y si pongo una palabra?) para la semana que viene. Su editor, David Villanueva, no daba crédito a la noticia tras varias llamadas.

La huella que deja en Madrid –y el resto de España– es profunda. El Penta, donde fraguaron muchos de sus temas, brinda hoy por ellas, entre llamadas de los condolientes. Vega es de los autores que traspasan generaciones, sin perder su identidad y conservando su acogida. Sus restos mortales permanecieron en la sede de la SGAE en Madrid hasta el 14 de mayo y fueron después incinerados en el cementerio de la Almudena, tras lo que pudo marchar tranquilo a buscar el sitio de su recreo.

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miércoles, 1 de abril de 2009

José Agustín Goytisolo: voz viva y rebelde contra el régimen de los vencedores

En un tiempo tan propicio para los recuerdos a poetas y literatos (véanse los artículos de Pilar Vaquero sobre Mariano José de Larra o Antonio Machado en esta misma edición), sería injusto no mencionar a una de las grandes voces de la llamada “Generación de los 50”, también conocida como “Grupo de Barcelona”. Se trata del gran poeta José Agustín Goytisolo, de quien se ha organizado una exposición conmemorativa sobre su trayectoria vital y literaria, en la que se exhiben fotografías inéditas y objetos personales, que inició su andadura en Barcelona y tiene previsto viajar a Madrid y diversas sedes del Instituto Cervantes.

"Yo no he venido a llorar tu muerte, sino que alzo mi vaso y brindo por tu claro camino y porque siga tu palabra encendida". Son las palabras que pronunció el poeta barcelonés en el homenaje que hizo este grupo a Machado en Coillure.

Goytisolo creció en la dura Barcelona de posguerra, aunque también viviese los años bélicos, con devastadoras consecuencias para su familia: la muerte de su madre, Julia Gay. De ella dicen que gustaba de escribir poesía, y que fue la que les inculcó la cultura a los hermanos Goytisolo, José Agustín, Juan y Luis.

Su pérdida, pese a que él sólo tenía alrededor de 10 años, fue un mazazo terrible, prácticamente insalvable, como queda claro con la publicación de su antología maternal: Elegías a Julia Gay, de 1993, donde recogió todos los poemas dedicados a su madre. Tal fue el poso que dejó su madre en él, que cuando nació su hija le puso el nombre de Julia. Después crearía su más valorada composición poética: Palabras para Julia, dedicada a ambas.

Viva y rebelde voz contra el régimen de los vencedores –pese a no estar nunca afiliado a ningún partido–, participó en muchos actos de protesta y rebelión. Junto a Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Caballero Bonald o José Ángel Valente, fue englobado dentro de lo que se llamó “Generación de los 50”, o también, en ocasiones, “poetas del compromiso social”.

Su muerte trágica, precipitándose al vacío desde una ventana –algunos dicen que suicidándose, mientras que su familia asegura que fue un accidente mientras reparaba una persiana–, vino precedida de un tiempo alargado en el que atravesó varias depresiones, según algunos allegados.

Lo cierto es que el 19 de marzo de 1999 se iba uno de los más profundos gritos de disidencia y humanismo, con modales –según los que le conocieron– sarcásticos e irónicos, que escondían un personaje triste y cargado de ternura. Con motivo del décimo aniversario de su partida, la editorial Lumen recoge su poesía completa en una obra de más de mil páginas; mientras que el libro Más cerca (de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) hace lo propio con sus artículos periodísticos.

Para concluir nuestro homenaje, sirva una estrofa de su magnífico poema A veces:

“A veces
encuentras en las páginas de un libro una vieja foto de la persona que amas
y eso te da un tremendo escalofrío
vuelas sobre el Atlántico a más de mil kilómetros por hora y piensas en sus
ojos y en su pelo
estás en una celda mal iluminada y te acuerdas de un día luminoso
tocas un pie y te enervas como una quinceañera
regalas un sombrero y empiezas a dar gritos”.

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jueves, 12 de febrero de 2009

Puro Cortázar: 25 aniversario de la muerte de un genio

No cabe duda de que, hoy, el sepulcro más visitado de Montparnasse será el suyo. Su lápida se llenará, como es costumbre, aunque esta vez seguro que más, de pequeños trozos de papel con dibujos de rayuelas, que acompañarán al cronopio que yace junto a él. Ya se habrá dado cuenta, supongo, de que hablo de Julio Cortázar.

Hace hoy 25 años, un 12 de febrero como éste, fallecía el que posiblemente sea uno de los máximos exponentes de la literatura latinoamericana. Lo hacía en su casa, en su ciudad predilecta, París, en la que vivió durante los últimos años de su vida, y en la que ambientó algunas de sus obras, como su gran novela, Rayuela.

El escritor argentino –nació en la embajada argentina de Bélgica– comenzó a publicar poemarios bajo seudónimo. Su nombre por aquel entonces era el de Julio Denis. Al poco tiempo, otro grande de la literatura latina, Jorge Luis Borges, comenzó a publicarle alguno de sus relatos en su revista: Anales.

Tenía un humor extraordinario, propio del surrealismo en el que se vio inmerso, y su vida se basaba en la lectura, que alternaba con la escritura y su labor docente en Buenos Aires. “Mis experiencias fueron siempre literarias. Vivía lo que leía, no vivía la vida. Leí millares de libros encerrado en la pensión: estudié, traduje. Descubrí a los demás sólo muy tarde”, manifestaba en una entrevista en 1975.

Su nombre vuelve a estar, actualmente, en boca del mundo literario, gracias al descubrimiento por parte de su primera esposa, Aurora Bernárdez, de una cómoda en su casa, a finales de 2006. En ella guardaba textos inéditos, junto a multitud de cartas y misceláneas, que verán la luz en mayo en una recopilación que servirá como homenaje al aniversario de su muerte. Papeles inesperados.

El autor de Bestiario siempre se codeó con los grandes personajes del mundo de la literatura. Pablo Neruda, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, de quien se dijo que inspiró la Maga, el personaje femenino principal de Rayuela –aunque parece ser que no fue así, sino que la musa fue Edith Aron–, o el propio Borges; fueron algunos de los muchos que cautivó gracias a su estilo enrevesado e irónico en ocasiones, y con una dulzura y lirismo excepcionales en otras.

Cortázar murió dos años después de que su segunda y última esposa, Carol Dunlop, falleciese. Murió de leucemia, aunque ya una profunda depresión le había invadido el cuerpo. Es costumbre dejar una copa de vino, junto a los dibujos de las rayuelas, en la tumba donde descansa junto a Carol Dunlop. Seguro que, hoy, cuando nadie mire, se levantan y brindan al unísono por él. Todo un genio.

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martes, 10 de febrero de 2009

El último aliento de libertad de Eluana

Como si de un último golpe sobre la mesa se tratase. O como si un último hálito de libertad quedase en su cuerpo malogrado; Eluana Englaro murió este lunes, consiguiendo por fin, aquello que le había pedido a su padre Beppino. Eso a lo que algunos se empeñaban en llamar vida –y se aferraban a ello, creando un debate político irracional, alrededor de ella– se acababa, en medio de una propuesta de ley microscópica para impedir la desconexión.

A las ocho y diez de la tarde en la clínica de La Quiete de Udine se cumplía su voluntad. Eluana, tras 17 años en estado vegetativo, y la familia de la muchacha, tras 11 años de batalla por el descanso de su hija, por fin pudieron suspirar de alivio. Porque aquello no era humano, ni su supuesta vida era tal. Eluana murió justo en el momento en el que el Senado debatía la ley que el gobierno había diseñado para que se prolongase su vida, o como decía su padre, su agonía.

En Udine sonaron las campanas para comunicar la muerte de Eluana, y los vecinos que apoyaban a su padre encendieron algunas velas como homenaje. Beppino, su padre, un caballero siempre educado y correcto, que bien podría convertirse en una especie de nuevo padre coraje, recordaba emocionadísimo las palabras de su hija: “La muerte forma parte de la vida”. También su mejor amiga hablaba sobre Eluana esperando que ahora esté, por fin, tranquila en un sitio mejor.

El debate, que ha tomado gran protagonismo en estos últimos días, parece no haberle gustado a Eluana. Como si se hubiese saturado de tanto discurso político y católico, y de tanta pantomima sobre su vida o su muerte, este lunes ha decidido, en su última acción, morir, o quién sabe si a lo mejor volver a nacer.

En el Senado se recibió la noticia con diversidad de opiniones. En el momento en el que murió la chica, hablaba Umberto Veronesi, del Partido Demócrata, en contra de la ley. Su discurso estaba siendo realmente apasionado y precioso –como un último homenaje–, lo que aumenta aún la dosis de lirismo de este acontecimiento. Tras conocerse su muerte, la Cámara completó un minuto de silencio, tras el cual se oyeron gritos que increpaban a la izquierda, tildados de asesinos por la derecha, y de la izquierda, que respondía insultando a la derecha. Todo un circo.

Ajena a todo eso, Eluana, que ya había pasado a un mundo en el que no tuviese que depender de las máquinas, y su intimidad y su dignidad volviesen a relucir todo lo que en estos 17 años no había acostumbrado. Tal vez quisiese dar una final lección; explicar que cada uno tiene libertad sobre su cuerpo, y la decisión era suya y nada más que suya, o en todo caso de su familia, que sufría viéndola en esa situación. Pues, si no tenemos libertad ni sobre nuestra digna muerte, ¿sobre qué podemos asegurar que sí?

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