lunes, 10 de septiembre de 2012

El lento flujo del temporal

Años lentos. Fernando Aramburu. Tusquets Editores. 224 páginas. 17 €. VII Premio Tusquets Editores de Novela. 

Tal vez una de las empresas más complicadas para un escritor sea la de crear un ambiente y un hogar en los que situar una historia. En Años lentos, brillante ganadora del Premio Tusquets de Novela, Fernando Aramburu consigue superar las dos pruebas y aprueba el examen con mención de honor. 

El narrador, que entonces cuenta ocho años, llega a la San Sebastián de los sesenta para vivir en casa de sus tíos, los Barriola. El barrio es, por entonces, tranquilo: los niños juegan en la calle, los hombres van del trabajo a casa, pasando por el bar –y viceversa- y los jóvenes están, como siempre suele pasar, a sus cosas. 

Pero el País Vasco de finales de los sesenta, como sabemos, fue uno de los lugares más convulsos, sobre todo cuando el franquismo empezaba a flaquear y a tocar fin. Poco a poco vemos de la mano del narrador cómo el barrio va experimentando un cambio. 

La técnica narrativa que utiliza Aramburu es magnífica, por efectiva y poco vista en la escritura contemporánea –no antaño, como recordarán los barojianos o galdosianos, o incluso los lectores del lazarillo-. El narrador cuenta la historia mediante notas que le envía al propio Aramburu para que se ponga a escribir una supuesta novela. Éste completa la historia con unos pequeños apuntes al final de cada capítulo, que contextualizan y estructuran la novela. De esa forma se intercalan las memorias del narrador con las notas para la escritura del Aramburu personaje al que se dirige, creando un panel literario muy jugoso. De igual manera se entrelazan en Años lentos varias historias: la historia de Julen, cada vez más involucrado en las excursiones al monte del seminario; o la de Mari Nieves, tocada por la desgracia de Dios, para deshonra de su familia, entre otras. 

El escritor de San Sebastián nos muestra como en la escritura, al igual que en la vida, nadie es bueno ni malo a jornada completa. No se puede reducir todo a eso. La vida es mucho más compleja y los mecanismos que motivan la reacción de cada pieza son inescrutables. De esta forma, por la ciudad de Años lentos desfilan todo tipo de personajes. La madre, de personalidad fuerte, que se carga el peso de la familia al hombro, el padre pasota que soluciona –u olvida- todo en el Artola, el bar de debajo de casa; la joven Mari Nieves, que anda suelta de cama en cama entregada a la búsqueda de los placeres, o, por último, el tándem formado por el cura Victoriano, fervoroso nacionalista en pro del euskera y de la patria vasca, y el primo del narrador, Julen –el verdadero personaje central de esta obra-, que poco a poco se adentrará peligrosamente en la banda terrorista ETA. 

La novela de Aramburu opera con los personajes de la misma manera que el paso del tiempo lo hará con sus lectores: poniendo a cada uno en su sitio. De este modo, podremos ver la imagen del héroe desolado, solitario, venido a menos, así como el decrecimiento o desarrollo de otros de los protagonistas. Nadie comienza la historia en el punto en el que la terminara, ni siquiera cerca. Los personajes cumplen con un ciclo, un desarrollo vital, lleno de vuelcos y vaivenes hasta el desenlace. 

Como en otras ocasiones, léase su obra Los peces de la amargura, el autor escribe sobre un tema delicado, que además conoce de primera mano: los complejos mecanismos de la sociedad vasca, que por entonces se empezaba a dividir entre los partidarios de la patria vasca y los “españoles”. Una sociedad tan envilecida por la palabrería que, llegado el momento, no distingue entre antiguos amigos, vecinos o, incluso, familiares. Una sociedad en la que los años pasan más despacio y de forma más cruda.

Publicado en Otro Lunes

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