lunes, 12 de noviembre de 2012

La vida que no cicatriza

Diario de un cuerpo. Daniel Pennac. Mondadori. 336 páginas. 21’90 €.

No cabe duda de que nuestra sociedad es la del culto al cuerpo por encima de casi todas las cosas. Ni siquiera el mens sana in corpore sano tiene vigencia hoy, pues las expectativas generadas por la parte física del ser humano han desbordado a las mentales. Sin duda. Y en esta sociedad de la adoración extrema de lo corporal, el escritor Daniel Pennac nos brinda su particular culto al cuerpo. 

Pese a todo, surge una pregunta: ¿llegamos a conocer verdaderamente nuestro cuerpo? ¿Somos conscientes de las secuelas que el paso del tiempo imprime en él? La anatomía es, a menudo, un territorio inexplorado para nosotros. Ni siquiera nos solemos preocupar de cuidarnos hasta que las dolencias se hacen manifiestas. Es entonces cuando el miedo nos lleva a cuidarnos, en ocasiones inútil e irracionalmente. 

De este modo, con el miedo que siente un niño de doce años, comienza este diario. Existen múltiples formas de contar una vida y, en esta obra, la estructura elegida por Pennac es la de un hombre que recoge las sensaciones respecto a su cuerpo, desde los doce años hasta su muerte, a los ochenta y siete. Original. 

Diario de un cuerpo es la novelización de una vida escrita y fechada por el propio personaje, con su lenguaje propio y sus reflexiones. A lo largo de estos nueve cuadernos, en los recoge minuciosamente anotaciones sobre el dolor, el placer o el asco que experimenta, somos testigos del desarrollo de una persona desde la infancia hasta la decrepitud. 

Pennac nos presenta a un protagonista temeroso, que alberga un miedo latente a su cuerpo en el que dice “albergarse ya el mal que acabará con él”, y con un pánico atroz al cáncer, que ya se llevó a su padre cuando aún era muy pequeño, y sobre todo a sus infaustas consecuencias sobre el cuerpo. 

No obstante, a pesar de ser un diario de sensaciones, según transcurre el tiempo y dejamos atrás la infancia del protagonista, el lector se hará partícipe también de su madurez y su vejez. Conocemos así las etapas como soldado de la resistencia, trabajador o vividor por las que atraviesa el protagonista de nuestra mano. Y lo hacemos en tiempo real, gracias a la escritura del diario, pero también desde la actualidad, mediante las notas que el protagonista, ya viejo y al borde de la muerte, incluye para su hija Lison, que heredará estas memorias. 

El diario supone la visión de la vida como una gran cicatriz; como ese camino que acabará por llevarnos, inevitablemente, a la oscuridad. En multitud de ocasiones el personaje se repite, en sus escritos, que no quiere redactar un diario común, sino sólo de lo que experimenta en su cuerpo, aunque es inevitable que, en momentos determinados, afloren sus sentimientos en el papel. A lo largo de los años, y sobre todo cuando la vida va tocando fin, el hombre se desnuda, culpándose de errores como no recordar ni una sola imagen de Mona, su mujer, embarazada, o se echa en cara sus discusiones con su hijo Bruno. Pero también se acuerda con nostalgia del padre o de la cuidadora Violette, muertos siendo él niño, o de sus grandes amigos Tijo o la quebecquiana Suzanne, entre otros. 

Diario de un cuerpo transita la vida sin tapujos. Pennac nos hace reflexionar sobre la fugacidad del tiempo, las relaciones y el amor o sobre la enfermedad y la muerte, con una franqueza elogiable. A lo largo de las más de trescientas páginas, le vemos desvivirse por Mona, y por sus hijos y nietos, a los que adora, con diferentes suertes. La novela del escritor marroquí es una obra reflexiva, de aparente tosquedad por los cambios continuos en la escritura y los estados de ánimo del personaje, pero con altos aportes de lirismo –como la vida misma- y llevada de forma magistral por el autor.

Publicado en Otro Lunes

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