lunes, 15 de julio de 2013

Huir de Ítaca

La misma ciudad. Luisgé Martín. Anagrama. 136 páginas. 13’90 €. 

Estamos hartos de escuchar que la vida cambia de un segundo para otro. Y estamos hartos de escucharlo porque cualquiera podría comprobar en cualquier momento que así es. Los tópicos a veces son ciertos. Luisgé Martín ahonda en esta, y otras cosas, en La misma ciudad

El día antes de que su vida cambiase por completo, Brandon Moy se topó en las calles de Nueva York, frente a la cristalera de un restaurante, con su viejo amigo Albert Fergus y su novia Tracy. Seguro que os ha pasado que os encontráis con alguien del pasado y el encuentro os deja con un sabor agridulce en el paladar. Al protagonista le ocurre algo similar: su amigo Albert Fergus ha tenido una vida plagada de aventuras, éxito, viajes, relaciones con mujeres… pero, ¿y él? ¿qué ha hecho él de su vida? Su matrimonio con Adriana y su hijo Brent parecen no llenarle lo suficiente y ve su vida completamente plana y vacía. 

Entonces, de repente, un estruendo. Nadie entiende nada en la ciudad. Ha llegado el 11 de septiembre y con él la barbarie que todos recuerdan –recordamos-, la herida que aún sangra, abierta, en el subconsciente de cada persona. La vida ha cambiado, como siempre, sin avisar. Moy ve en ello una oportunidad y, alentado por la incipiente crisis de los cuarenta, y por la suerte de llegar tarde a la oficina justo en el día en que un avión se estrella en la planta en la que él trabaja, decide dar un vuelco de 180 grados a su existencia. “A los cuarenta la felicidad se convierte en un asunto que concierne solamente a los demás”, dice el personaje en plena crisis. Porque el arrebato renovador es, en esencia, una crisis llevada al extremo. 

Lo primero será lo más duro: olvidarse de su mujer y su hijo, de su casa, de su escalera; obviar un pasado tan confortable como tedioso, a priori, para crear una nueva forma de vida. A partir de ese momento veremos a un personaje completamente distinto, un hombre que roba, para subsistir primero, por el mero hecho de hacerlo, después; que se crea una identidad falsa –Albert Tracy-, que se encuentra con mujeres al azar, que tontea con drogas… “Sólo merece la pena vivir si se hace con exageración”, dice el personaje, y a esa vida se lanza para experimentar lo que no ha podido, sabido, o querido en todos los años anteriores. 

Brandon Moy ha optado, ya en ese momento, por un descenso voluntario a los infiernos y pronto se verá arrastrado a ciudades como Boston, Bogotá o Madrid, donde conocerá al narrador que cuenta su historia. Una huida hacia adelante, muy austeriana, en la cual conocerá a grandes personajes, como el propio Auster, y empezará a verse con otras mujeres como Daisy o Alicia, a las que acompañará, y que con el tiempo le llevarán a pensar que está llevando una y otra vez su vida pasada, para la que siempre tiene un recuerdo, personificado en la foto de su hijo que guarda siempre con él. 

“Recorrerás las mismas calles siempre”, decía Kavafis en el poema que actúa como uno de los hilos conductores del libro. Y es que, al final, cada uno termina estando donde le corresponde estar, y por mucho que trate de huir, acaba transitando los mismos escenarios una y otra vez. 

Luisgé Martín nos habla de las segundas oportunidades, de la brutalidad de la vida, de la vigencia del pasado a pesar de que intentemos cambiarlo u obviarlo, y del destino, con un giro algo tragicómico en la última página que nos hará preguntarnos si cambiarlo todo vale o no la pena y si es verdad que “en la acera de enfrente todo va mejor”. La misma ciudad es una novela solvente, obviando todo lo que se dice sobre si es más real o menos; es simplemente una novela.

Publicado en Otro Lunes (nº 28)

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